Inxilio

el suplemento literario de ciudadinvisible

domingo, 30 de noviembre de 2008

Poetas Flotantes


Carta de ajuste. Antología de poetas inéditos en Valparaíso (1973-1989)
Antologadores: Antonio Rioseco Aragón y Juan Eduardo Díaz
Ediciones Cataclismo, 2008

Mario Verdugo

A la cursiva precautoria del subtítulo (en), especie de biombo entre literatura y espacio referencial, se deben sumar las copiosas advertencias de los antologadores y el resultado de un análisis de contenido -ocioso a decir basta- que demostrase la escasa y tal vez nula recurrencia de la palabra “Valparaíso” en esta selección. Ni siquiera da para regionalismo soft: Rioseco y Díaz le conceden al puerto real e imaginario una relevancia más bien escuálida en el desarrollo de las respectivas poéticas, al punto de visualizarlo como un lugar de paso, un escenario en general neutro que de ninguna manera llega a constituir la base geohistórica de los discursos. Se está aquí por un rato, bajo el régimen de la provisionalidad y sin el objetivo declarado de conseguir al menos unas cuantas provisiones simbólicas, víveres espirituales que sublimen la estadía como paisaje íntimo redimible más tarde. Poesía, entonces, en proceso de deslocalización, y Valparaíso amagado, acaso, en su condición de materia poetizable. El interinato, la “circunstancialidad”, tienden a descartar tanto la majadería del echar raíces como la tentación un tanto oportunista y un tanto anacrónica de arrancar frutos ya medio podridos.

Los veintidós autores de Carta de ajuste conforman una población flotante que, sin embargo, no manifiesta escrúpulos tan evidentes respecto a la lealtad hacia las convenciones de la disciplina y el gremio, en comparación con los que sí se explicitan -si nos guiamos por el prólogo- en cuanto a las cuestiones del territorio y el arraigo. La ciudad (o la región que ella designa) podrá mirarse de soslayo y experimentarse a menudo como lastre representacional, pero la legitimidad de la poesía como actividad y el (auto)reconocimiento de quienes la producen y catalogan, no parecen encontrar reparos igual de severos. Eso a despecho de que al interior del corpus despunten indicios de sospecha en diversos niveles, como el odio que el hablante de Renée Barrientos dice tener por la métrica o los desmadres temáticos y especulares de Marcela Parra.

El escepticismo con que se asumen los factores espaciales o geográficos -correlato de una renovada confianza en la escritura poética- viene acompañado de un fenómeno que excede la aparente transgresión de titular un conjunto de versos con un término sacado de la jerga televisiva. En este libro hay “noticias matinales”, “asesinos en serie”, actores porno, rubias que bailan en la pantalla y que interpelan al espectador, “una luna fotográfica”, “ondas electromagnéticas” y “señales arrugadas de trasnoche”, parte de lo que llamamos civilización de la imagen desde que un funcionario de la Unesco escribiera un ensayo con ese nombre. Especialmente el universo discursivo de la tele -mucha, poca o apagada- se impone a estos poetas (algunos, claro está) como un contexto comunicacional y social ante el que se puede reaccionar con fascinación o repugnancia, pero que en cualquier caso estimula también nuevos “ajustes”, configurando un espacio compartido que quizá sirva para relevar a los tambaleantes recintos de antaño.

De seguro la antología comentada, como afirmase Alfonso Reyes sobre este tipo de trabajos, logra expresar las controversias críticas del momento, bien como provocación, bien como consecuencia. Para nuestros afanes: la posibilidad de que el repudio al color local sea también, después de todo, una moda extranjera.
En ciudadinvisible nº 23

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